Hoy día, la calidad de los vinos elaborados en las diferentes regiones de España es indiscutible. Ese saber transmitido de generación en generación ha conducido a nuestros caldos a gozar de un merecido prestigio internacional. Las nuevas técnicas de producción y la modernización del proceso de elaboración también han permitido la creación de nuevos productos. Con todo ello, el sector vitivinícola se afianza como algo dinámico y vivo, y como apuesta segura para el desarrollo de las regiones o comarcas ligadas al mismo.
La promoción de la cultura y el turismo del vino como herramienta complementaria para ese desarrollo local es una de las principales líneas de trabajo de la Asociación Española de Ciudades del Vino (Acevin). Este trabajo se plasma en la creación de un producto turístico, “las Rutas del Vino de España” (figura 1), que nace a iniciativa de Acevin allá por el año 2001 cuando la Asociación consigue el apoyo de la Secretaría General de Turismo del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio para empezar a trabajar en la definición y desarrollo de las normas de regulación de la calidad de este producto turístico innovador, temático, cultural, gastronómico y de interior que, para Acevin, surge como una estrategia de desarrollo local territorial basada en la cooperación público-privada y en la sostenibilidad turística. Desde el año 2001 hasta la fecha podemos decir que el trabajo desarrollado ha permitido consolidar una marca turística de calidad y un Club de Producto Turístico integrado por 21 Rutas del Vino que, hoy por hoy, es referente nacional cuando hablamos de enoturismo o turismo del vino.
Técnicamente, una Ruta del Vino es un producto turístico enormemente complejo que se traduce en una red de cooperación empresarial y cooperación público-privada que integra tanto a empresas específicamente turísticas, como a otras cuyos sectores han estado tradicionalmente lejos del turismo (bodegas, enotecas, tiendas especializadas, restaurantes, bares, hoteles, alojamientos rurales, agencias de viajes y de receptivo, actividades recreativas, etc.) y que también incorpora a las Administraciones Locales del territorio por donde transcurre la Ruta como gestoras de gran parte de los valores y recursos del mismo (figura 2).
En consecuencia, configurar una Ruta del Vino conlleva un trabajo previo de organización, implicación y colaboración de todos los actores públicos y privados del destino al objeto de configurar una oferta turística integral que aúne todos los atributos del territorio (recursos y atractivos, patrimonio, cultura, servicios, infraestructuras, etc.), ya que cada una de las empresas e instituciones que prestan algún tipo de servicio en la cadena de valor del producto contribuyen al resultado de la experiencia turística. En este sentido, es clave el papel de las Administraciones como responsables de gran parte de los recursos turísticos e infraestructuras que se encuentran en la base del atractivo del destino y que han de ser gestionados adecuadamente; pero a la vez, la oferta privada de alojamiento, equipamientos,
servicios turísticos y servicios complementarios ha de ser concebida con criterios de calidad que den respuesta a las necesidades de los visitantes durante su estancia y contribuyan a la diferenciación y singularidad de la oferta. En relación con este aspecto, hay que resaltar el esfuerzo de adaptación al negocio enoturístico que las empresas deben hacer, es decir, para muchos establecimientos tradicionalmente alejados del negocio turístico, como por ejemplo las bodegas, su integración en una Ruta del Vino implica una serie de necesidades de transformación, adaptación y cambio de enfoque de negocio al prestar nuevos servicios relacionados con la demanda turística. Así, las bodegas (sobre todo las más tradicionales) tienen que afrontar el esfuerzo de hacerse lugares visitables y ello implica recualificar al personal destinado a guiar las visitas, adaptar sus instalaciones para la visita turística y la degustación y cata de vinos, establecer horarios de visitas y apertura al público, etc. En contrapartida, el turismo del vino supone una alternativa para que territorios que no son tradicionalmente turísticos y que viven de la viticultura o de la agroindustria puedan desarrollar una estrategia de desarrollo turístico vinculada a la cultura del vino, es decir, una estrategia de diversificación económica que conlleva nuevas oportunidades de desarrollo para zonas rurales.
La organización de un territorio vitivinícola como un destino-producto turístico en su doble dimensión: territorial (un área territorial que soporta el producto y que además es el recurso a consumir) y sectorial (un producto turístico estructurado que se ofrece en el mercado, accesible a los consumidores por un precio determinado) requiere un modelo de gestión turística basado en el liderazgo compartido y en la participación de todos los agentes del territorio. Esto es, requiere la concertación de intereses de los diferentes agentes públicos y privados que integran la Ruta del Vino (ayuntamientos –de distintos signo político en gran parte de los casos– y empresas), en beneficio de un proyecto común que se concibe como una estrategia de desarrollo socioeconómico integral y sostenible del territorio para generar riqueza y empleo y mejorar la calidad del vida de la población local.
Para ello, es decir, para la gestión conjunta y compartida de la Ruta del Vino, el modelo Rutas del Vino de España plantea la creación de un ente gestor representativo, participativo y de carácter público-privado encargado de la planificación, control de calidad, gestión, promoción y comercialización del producto-destino turístico Ruta del Vino conforme a unas pautas o criterios de calidad que orientan o guían la gestión y que constituyen el valor añadido que el modelo Rutas del Vino de España aporta a todos los implicados, esto es:
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- Para el cliente o visitante, ya que obtiene sinergias en cuanto a poder disfrutar del territorio tratando con un solo interlocutor (ente gestor de la Ruta del Vino), y recibe en definitiva un servicio más amplio y profesional, respaldado por una institución con más fuerza y prestigio que cada una de las empresas individuales que la conforman, asegurándose, a la vez que, el producto y los servicios turísticos responderán satisfactoriamente a sus necesidades puesto que se ajustan a unos estándares de calidad.
- Para el empresariado, ya que proporciona una guía que le ayuda a adaptar sus instalaciones y servicios al negocio turístico y a las necesidades y expectativas del turista y, a la vez, la incorporación a una marca conjunta fuerte y distintiva en el mercado, asistencia mutua y colaboración, explotación de un nicho de mercado creciente y dinámico, desestacionalización de la demanda, introducción de sistemas de calidad de servicio, formación, central de compras y de ventas, promoción y comercialización conjunta.
- Para el propio ente gestor de la Ruta, puesto que la autorregulación y gobernanza participativa del sistema garantiza que son todos los agentes implicados en la Ruta del Vino (ayuntamientos, Consejos Reguladores y empresarios) los que adquieren el principal protagonismo en la conformación, puesta en marcha, desarrollo y gestión del producto turístico.
- Y para el propio territorio, ya que se facilita un desarrollo turístico más sostenible que tiene en cuenta la calidad de vida de la población local y que, a la vez, garantiza una mejor comercialización y proyección en el mercado bajo una marca paraguas de ámbito nacional.
Ahora bien, la gestión de la Ruta del Vino y el mantenimiento del propio ente gestor requieren un modelo de financiación estable, es decir, cada Ruta del Vino debe construir su propio modelo económico, un modelo que debe ser sostenible en el tiempo y que ha de permitir afrontar las necesidades de inversión y costes de las Ruta en cada una de las fases de su ciclo de vida (creación, desarrollo y consolidación). En este sentido, hay que considerar que si bien las fuentes de financiación pueden ser múltiples y variadas, la aportación de las empresas (bajo el modelo de cuotas de adhesión, cuotas anuales y/o cuotas de participación en actuaciones concretas) se hace imprescindible, ya que son las empresas las principales beneficiarias del turismo del vino en el territorio. Adicionalmente, han de buscarse vías de financiación alternativas y, en la medida de lo posible estables, por parte de las Administraciones públicas e instituciones comprometidas con el proyecto (ayuntamientos, mancomunidades, diputaciones, comunidades autónomas, consejos reguladores, etc.). Así pues, si bien en las fases de creación y desarrollo de la Ruta del Vino existen grandes necesidades de inversión en señalización, adaptación de infraestructuras, etc., que suelen emprenderse con la financiación de ayudas públicas tales como planes de dinamización o excelencia, proyectos europeos o subvenciones de la Administración regional, a medida que la Ruta del Vino se consolida los costes más significativos serán los de promoción y los de la propia gestión, costes éstos que deberían ser asumidos fundamentalmente por la iniciativa privada, reduciéndose la inversión pública una vez que se genera la rentabilidad del producto.
Por último, las líneas estratégicas han de desarrollarse para la gestión de la Ruta del Vino son las que marca el propio modelo Rutas del Vino de España (figura 3).
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- Plan de actuación y gestión del producto turístico que debe incluir cuestiones tales como el modelo de financiación de la Ruta; acciones de sensibilización tanto de la población local como de los propios profesionales y agentes vinculados a la oferta turística; formación y profesionalización de los recursos humanos y modelo de Observatorio Turístico para obtener información tanto de la oferta como de la demanda turística del producto-destino.
- Puesta en valor del destino o territorio que soporta el producto turístico, lo que deben contemplar acciones encaminadas a la mejora de las infraestructuras, servicios públicos, recursos turísticos, medioambiente y señalización.
- Promoción y comercialización del producto turístico, esto es, no solo el desarrollo de materiales y actuaciones promocionales, sino también la definición de modelos de comercialización, de relación con el cliente y de fidelización
- Y control de calidad de los establecimientos de enología y servicios turísticos que configuran la oferta de la Ruta del Vino de manera que se garantice la prestación de los servicios conforme a unos niveles que aseguren el cumplimiento de las expectativas de los turistas y el ajuste a las necesidades de la demanda.