Existe un amplio consenso en reconocer que la información es la principal materia prima de todos los sectores productivos, y la competitividad de cada sector se puede medir por el nivel estratégico que la información alcanza en su proceso.
Se trata de un paradigma que tiene una especial relevancia en la actualidad, dado el nivel colosal de información que circula por todos los canales y en todos los sectores. Pero también ha sido así en el pasado, desde los inicios de la humanidad, con la diferencia que la cantidad de información generada y el conocimiento obtenido en el pasado estaban sumamente limitados por la propia estructura y composición de las sucesivas sociedades humanas.
En la actualidad, la fuente mayoritaria de conocimiento es la ciencia y la información científica es la más útil, abundante y fiable para el avance de los sistemas productivos.
Esa información es la materia prima con la que elaboramos conocimiento, y es el conocimiento científico y su aplicación continua lo que impulsa la competitividad de cualquier sector. También del enológico.
La vitivinicultura se ha beneficiado durante siglos de una notable capacidad para generar nuevo conocimiento, como así lo constatan la evolución de la viticultura y de la enología, especialmente durante el último siglo.
Sin embargo, las últimas revoluciones tecnológicas, precisamente ligadas a la gestión de la información, no han encontrado el suficiente eco en el mundo enológico, de forma que ha ido perdiendo una parte del conocimiento que sobre el vino debería estar generando en todas las etapas del proceso elaborador, de la viña a la copa y, por tanto, su competitividad y capacidad evolutiva se han visto limitadas.
A ello se añade la aparición de corrientes dentro de la vitivinicultura que, ante la situación actual, niegan la necesidad de incrementar el conocimiento del vino, dando por bueno el existente, en muchos casos obsoleto o superado, demonizando la tecnología e incluso acudiendo a prácticas arcaicas más cercanas a las verdades reveladas, y por tanto indiscutibles, que a la ciencia.
Frente a esta situación hay entidades que están trabajando en identificar, analizar y diagnosticar el problema del sector enológico.
Unas primeras conclusiones demuestran que es urgente repensar los itinerarios formativos, al quedar al descubierto un desajuste entre lo que los futuros profesionales del vino quieren estudiar y lo que el sector necesita para potenciar su competitividad.
De forma más concreta, generar información, gestionarla y obtener conocimiento requiere disponer de profesionales cualificados en sensorización, digitalización de procesos, análisis de datos y gestión de proyectos, incluyendo la IA entre las competencias imprescindibles.
Y el problema surge cuando el sector vitivinícola no puede igualar los salarios que dichos profesionales perciben en otros sectores productivos.
Sin personal cualificado, el sector no será lo suficientemente competitivo para alcanzar la rentabilidad que le permita disponer de tales profesionales. Es un círculo vicioso del que parece imposible escapar.
Hay informes, como Rethinking Educations, que proponen diversas vías de solución y que pasan principalmente por nuevos enfoques educativos para los jóvenes estudiantes interesados en la vitivinicultura y apuestan por la formación continua de los profesionales actuales. Pero lo primero que debería plantearse el mundo del vino es si realmente tiene la voluntad y el convencimiento necesarios para mejorar su competitividad mediante la generación y gestión de nuevo conocimiento, abandonando cualquier posición de ambigüedad entre la promoción de la ciencia y la ritualización de lo ancestral.