El clima, una variable siempre inquietante y decisiva en las industrias agroalimentarias, ha cobrado últimamente más protagonismo del que tradicionalmente tiene. Y no ha sido por algún fenómeno meteorológico extremo, sino por la previsión de cambios en el futuro.
Efectivamente, el efecto de la rápida evolución de los valores típicos de la temperatura y otros parámetros de la meteorología, conocido como el cambio climático, está en boca de la ciudadanía que, especulando con sus consecuencias, lo ha convertido en un tópico de tintes casi macabros.
La realidad, sin embargo, es más seria y preocupante. Una organización internacional independiente, el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change, www.ipcc.ch), mediante gran cantidad de recursos ha llegado a una serie de conclusiones, después de años de estudios, que constatan que la evolución del clima del planeta se está produciendo a una velocidad y en unas condiciones que no tienen precedentes en las variaciones climatológicas en tiempos geológicos recientes. Ningún experto duda que, a la dinámica habitual del clima, se ha sumado ahora el resultado de la acción humana, que ha acelerado el fenómeno hacia el calentamiento global.
Resulta importante poder transmitir este mensaje a la sociedad y en esta tarea han resultado (y resultan) decisivos personas con gran capacidad de comunicación: artistas, intelectuales, políticos, periodistas. No hay que olvidar que el fenómeno es de una envergadura y complejidad tales, que cualquier simplificación puede representar una trivialización del tema. La comunidad científica, después de décadas, empieza a saber las variables de ese cambio, pero se deberán estudiar con profundidad para prever las consecuencias que tendrá en el sistema biológico planetario, en los ecosistemas y en las especies concretas.
Por esta razón, el sector vitivinícola no debe dejarse arrastrar por exposiciones parciales de datos científicos, por análisis apresurados de datos y menos cuando no proceden de científicos de prestigio, con estudios avalados por años de experiencia. No basta con leer sobre el cambio climático, como lo han hecho algunos profesionales y comunicadores que no dudan en autocalificarse de «expertos» a pesar de poseer un bagaje personal discreto cuando no insignificante. Se deben escuchar todas las opiniones, pero no dejarse llevar por la imperceptible pendiente de los predicadores del pesimismo que propicia la aparición de «gurús» y «remedios milagrosos», por muy bienintencionados que estos sean.
La evolución de la industria vitivinícola dependerá, en gran parte, de la reacción y adaptación de la vid a las nuevas condiciones climáticas (diferentes en cada territorio). No se trata de un fenómeno lineal. La vid es un ser vivo relativamente moderno, con potencialidades adaptativas evidentes. Evolucionar implica adaptarse y esta operación, que rige para todos los seres vivos es tan compleja y depende de tantas variables que resulta impredecible. Además, la vid es sólo uno de los factores de la ecuación vitivinícola. El otro, si descartamos la reacción de las levaduras cuya antigüedad evolutiva les garantiza una capacidad de adaptación casi insultante, es el ser humano: una especie que plantea una serie de incógnitas sobre su adaptación a las condiciones futuras y sobre las consecuencias de la misma. Hay que tener presente que el vino se debe a sus consumidores y que los mercados tienen dinámicas sorprendentes… incluso en condiciones climáticas estables.
A la enología le harán falta muchos científicos para saber cómo será el vino del cambio climático y qué tecnologías habrá que aplicar con tal de que perdure. Pero los enólogos harán bien de pedir «más antropólogos» (como ya sucede en otros sectores), para conocer cómo evolucionará el ser humano y sus necesidades ante los cambios. Solamente los sectores que escuchen a los interlocutores correctos y se anticipen a los acontecimientos adecuadamente, saldrán victoriosos. Es momento de pasar a la acción, de formar parte de ella y no confiar en la lluvia imprevisible y sus chamanes.