El paisaje de la viña forma parte de un ámbito paisajístico de un nivel jerárquico superior: el denominado paisaje mediterráneo. Un paisaje que presenta una singularidad paradoxal al representar, simultáneamente, una gran unidad y una excepcional diversidad. Así, para el historiador francés Fernand Braudel, el paisaje mediterráneo muestra:
«Mil cosas a la vez. No un único paisaje sino innumerables paisajes. Pero también una imagen coherente, como un sistema donde todo se mezcla y se recompone en una unidad original»
Fernand Braudel, La Méditerranée, l’espace et l’histoire
Los antiguos paisajes de la viña
Uno de los paisajes inseparables de la región mediterránea es el paisaje ligado al cultivo de la vid. Su origen es indudablemente antiquísimo. Si bien durante mucho tiempo se creyó que la vid fue introducida a los países mediterráneos en la antigüedad y procedente de Oriente Medio, restos de viñas fósiles en sedimentos del terciario hacen supones que la planta ya existía en la región mediterránea antes de las glaciaciones cuaternarias y que el clima frío la hizo retroceder hacia oriente. Sea como fuere, las referencias al cultivo de la vid y a la producción de vino son previas al período helénico: en el antiguo Egipto el vino era uno de los productos que se depositaban en las tumbas, y en sus inicios el consumo de vino estaba relacionado con las divinidades, como así lo indican los cultos dionisíacos de las primeras civilizaciones crecidas en el entorno del Mar Egeo.
En sus orígenes la vid era una planta trepadora, la parra, que se enfilaba por el tronco y ramas de los árboles vecinos como todavía puede observarse en algunas localidades de la Toscana italiana. Después se instaló sobre pérgolas de características variadas: de ladrillo, con pilares de granito, o en sencillas palizadas de madera, altas o bajas, como se observa en varias regiones de Francia. Finalmente, se adoptaron la forma de plantación denominada «a la catalana», la más adecuada en las regiones secas: cepas sin ningún tipo de apoyo, con las ramas que cuelgan en todas direcciones y que recubren de sombra el suelo.
En Cataluña, una buena parte del paisaje rural actual de las tierras bajas muestra la huella, actual o pasada, del cultivo de la vid. Durante los siglos XVII y XVIII las viñas ganaron terreno dentro del mosaico de cultivos mediterráneos, favorecidas por el comercio desarrollado alrededor de las exportaciones de aguardientes a las colonias americanas. A mediados del siglo XIX la expansión del cultivo se vio frenada por el efecto negativo de la plaga del oídio. Entre 1860 y 1880 la vid se extendió extraordinariamente por suelos empinados y por tierras marginales de bajo rendimiento, pero que en aquel período estaba justificado por los buenos precios que se pagaba por el vino destinado al mercado francés que entonces sufría una producción muy deficitaria a consecuencia de los estragos que la plaga de la filoxera había producido en los viñedos franceses. La llegada de la plaga a Cataluña en 1879 cortó de raíz aquella expansión desenfrenada de la vid y supuso el inicio de una caída lenta y progresiva de la superficie del cultivo que culminó en la segunda mitad del siglo XX.
Las huellas del dominio de la vid en el paisaje agrícola de hace aproximadamente un siglo son numerosas en toda Cataluña, excepto en los sectores del Pirineo y el Prepirineo donde las condiciones climáticas hicieron imposible su cultivo. Son muy comunes las vertientes de sierras y colinas que hoy están cubiertos por la vegetación pero que muestran un escalonado en bancales, habitualmente soportadas con pequeños muros de piedra seca, que indican una antigua función agrícola, casi siempre relacionada con el cultivo de la viña. Igualmente, es habitual encontrar otros elementos constructivos como barracas de payés o incluso, lagares construidos con piedra seca, testimonio de la importancia que la producción de vino tomó en el pasado.
El paisaje actual de la viña
La viña en Cataluña ocupa alrededor de las 60 000 ha, el 6,8 % del total de la superficie cultivada, un porcentaje que es ligeramente superior al del conjunto de España (6 %) y también al global de la Unión Europea (4 %). Campos de viña aislados o que formen parte de mosaicos agrícolas existen en casi todas las comarcas que están bajo el dominio del clima mediterráneo en Cataluña. Si embargo, en algunas áreas, los viñedos configuran grandes superficies de cultivo casi monoespecífico y que constituyen un conjunto de parajes que presentan la capacidad de caracterizar por ellos mismos el paisaje del territorio que ocupan. El mapa de la localización actual de la vid en Cataluña muestra como se configuran grandes áreas de concentración del cultivo. El Alt y el Baix Penedès, la Terra Alta, el Alt Camp y la Conca de Barberà son las comarcas con más hectáreas de viña plantadas. Además, el Priorat, el Alt Empordà y el Segrià también destacan por la calidad de los vinos producidos.
En el Penedès, grandes extensiones de cepas ocupan las tierras modeladas en arcillas, arenas y otros materiales sedimentarios maleables que recubren la depresión. Los campos de viñas forman superficies continuas y extensas especialmente en el margen norte de la planicie. Se trata de grandes parcelas de cultivo que ocupan tierras de secano y que orientan la producción a variedades blancas destinadas a la elaboración de cava por parte de empresas radicadas a menudo en el Alt Penedès.
El paisaje vitícola continúa desde la llanura del Baix Penedès hacia la orilla del Gaià, tan sólo interrumpido por los contrafuertes del Montmell que se interponen entre la Bisbal del Penedès y Rodonyà. Una vez en el valle del Gaià, el dominio de la viña en el paisaje es absoluto. Tanto es así, que ella sola casi garantiza el paisaje de los campos de Santes Creus. Las viñas están perfectamente alineadas en unos campos muy cuidadosos que muestran siempre la marca de la azada en la tierra.
En la Conca de Barberà la viña ocupa una gran extensión de terreno sobre los suelos margosos y arcillosos del centro de la cuenca. La importancia social de la vid en esta unidad de paisaje ha sido muy significativa ya que poblaciones enteras han dependido de este cultivo durante generaciones. Precisamente, fue en la Conca donde nació el cooperativismo vitícola, hacia finales del siglo XIX, con la construcción de la primera bodega cooperativa en Barberà de la Conca, precursora de las denominadas «catedrales del vino», bodegas singulares, tanto por sus dimensiones como por su estilo arquitectónico, que se extendieron después por diferentes localidades.
En el Priorat, las viñas se encuentran instaladas sobre suelos formados en las pizarras y en gres paleozoicos. Ocupan las vertientes en pendiente del sistema de sierras y colinas que definen el centro del Priorat. Son un elemento caracterizador de primer orden, ya que las plantaciones sobre costanas que se pueden admirar en el Priorat no tienen réplica en ningún otro lugar de Cataluña. Es entre las viñas del Priorat donde se puede constatar mejor el hecho de que el viñedo es una obra humana, el resultado de un trabajo personal. Así lo subraya Gaston Roupnel:
«La viña ha sido en cualquier lugar una instalación libre, realizada según los gustos o la fantasía propia del individuo. Cada pequeña partida ha sido arrancada de una naturaleza rebelde, conquistada sobre el bosque bajo, las espinas y la piedra. […] Pero no es tan sólo la creación y la plantación que implican una apropiación individual del suelo: el cultivo de la viña reclama también unas atenciones diligentes e ilustradas que no pueden ser realizadas más que bajo el celo de los propietarios.»
Gaston Roupnel, Histoire de la campagne française
Después de unos años de retroceso del cultivo de la viña en el Priorat, éste ha vuelto a revivir con el aumento de los precios del vino en relación con la calidad conseguida por algunas de sus bodegas. Antiguos viñedos abandonados han vuelto a ser funcionales mientras que han aumentado las roturaciones y el acondicionamiento de las pendientes para instalar nuevas partidas. No obstante, las labores de acondicionamiento del terreno implican un piconado profundo de la roca, un gran movimiento de tierras y el modelado de bancales estrechos, que a menudo solo pueden mantener un par de filas de cepas, soportadas por taludes inclinados muy altos sin ningún tipo de protección.
Algún detalle íntimo del paisaje de la viña está cambiando con el paso del tiempo. La necesidad de mecanizar las tareas de recogida de la uva está provocando la sustitución generalizada de la viña plantada «a la catalana»: las cepas con ramas sin ningún tipo de apoyo que crecen en todas direcciones y cubriendo el suelo con su sombra, están siendo desplazadas por viñas donde las ramas se emparran en alambradas que se extienden siguiendo las filas de cepas.
La viña así emparrada parece haberse reducido a un elemento de solo dos dimensiones, como si la hubiesen comprimido en un plano perpendicular al suelo. Es un cambio sutil pero que está haciendo cambiar la morfología tradicional el paisaje de la vid en muchos lugares.
Características del paisaje de la viña
El paisaje de la viña es un tipo de paisaje rural, cultural, que es el resultado de una secular interacción entre factores biofísicos y la actividad humana. La rápida transformación paisajística que ha tenido lugar en el curso de las últimas décadas, sobre todo en el entorno de las áreas urbanas y en el litoral, ha tenido el efecto de resituar el valor del paisaje rural, en general, que se percibe ahora como un paisaje auténtico, tradicional, depositario de formas de vida y de relación con el medio natural de origen ancestral.
En algunas regiones, las especificidades impuestas por el medio físico y el tipo de cultivos han dado lugar a paisajes de personalidad muy marcada, como sería el caso del paisaje de la viña, un paisaje de aspecto ordenado, dominado por las grandes extensiones de cepas plantadas en fila. La vid representa también un paisaje con un elevado grado de coherencia puesto que presenta muy pocos elementos discordantes. Un paisaje donde se perciben, en muchos casos, elementos patrimoniales que son testimonio de la antigüedad de los cultivos y los dotan de valores históricos y culturales, como por ejemplo, los “masos” o casas de campo, las bodegas y toda la arquitectura de piedra seca: las barracas de payés, los bancales escalonados, los muros que los limitan, testimonios de una relación entre sociedades agricultoras y el medio ya casi desaparecidos.
Casi en cualquier lugar, el paisaje de la viña tiene la capacidad de caracterizar por el mismo el territorio e incluso atraer un tipo de turismo interesado en los valores paisajísticos. De ello es un buen ejemplo el paisaje de la viña en el Priorat o en el Penedès, donde la noción de paisaje vitivinícola es la piedra angular del denominado enoturismo y el redescubrimiento del paisaje de la viña participan en la oferta turística con la misma fuerza que la calidad de los vinos que se producen.
En los sectores de relieve ondulado, como las costanas y en la base de las laderas, el paisaje de la viña toma una estructura en mosaico. Las partidas de viña se alternan con clapas de bosque, torrenteras, márgenes y arboledas de taludes. El conjunto de elementos naturales: bosques, rieras y torrentes, márgenes de cultivos, etc., conforman una red ecológica que mantiene la conectividad biológica y permite el mantenimiento de la biodiversidad de los parajes, un aspecto que se muestra cada vez más relevante en la ayuda al control de las plagas por medios naturales.
De otro lado, la red de caminos que permite el acceso a los campos está adaptada a las formas del relieve, son rectilíneas en los llanos y sinuosas en las costanas, y en conjunto forman un entramado, una sutil red que religa las parcelas y da un cierto sentido de unidad a cada paraje.
El paisaje de la viña también presenta unos valores estéticos remarcables. De un lado, existe la sensación de orden y armonía que comunican las filas de cepas perfectamente alineadas sobre los suelos labrados que dejan entrever los terruños de color ocre o rojizo, en función de la mayor o menor presencia de arcillas. Unos colores ocres que contrastan con el verdor de los pámpanos en la primavera y en el verano pero que en otoño adquieren un color dorado característico. Es esta sucesión cromática del paisaje de la viña a lo largo del año uno de sus principales valores estéticos, y así lo ha subrayado Josep Pla:
«se ve, en lontananza, una viña suavemente recostada en la solana, viña que se ha dorado y ha quedado marcada por colores oxidados y herrumbrosos de las hojas muertas y los sarmientos cansados.»
Josep Pla, Les Hores