La celebración en 2009 del bicentenario del nacimiento de Darwin y, con él, de su teoría de la evolución se ha producido en un momento en el que el debate que el propio científico sostuvo con la sociedad de su tiempo se ha reactivado de forma especialmente virulenta. La contraposición entre creencias y evidencias o, dicho de manera más simple, entre religión y ciencia, lo impregna todo o casi todo en este arranque del siglo XXI. No hay idea o teoría científica que no sea sospechosa de pisar un territorio en el que la identidad religiosa de alguien (individuo o colectivo) no se sienta en peligro.
La energía con que ciertos científicos y pensadores de prestigio internacional (Daniel Dennett y Richard Dawkins entre otros) se declaran ateos y defensores del pensamiento científico frente a las creencias apriorísticas han creado impensables controversias en ámbitos que van de los paraninfos universitarios a las vallas publicitarias. Introduciendo la semilla de la duda en casi todas las disciplinas científicas.
Puede resultar tranquilizador que esa controversia no haya llegado a la enología. No hay más que echar una ojeada a los programas científicos y tecnológicos de los últimos congresos sobre el vino (Wine Future y Ecososteniblewine, por ejemplo) para comprobar que se exponen teorías como la del cambio climático o la de la biodinámica sin que salten chispas.
Los enfrentamientos en el terreno del calentamiento del planeta son suficientemente conocidos por todo el mundo, gracias en parte a los esfuerzos de un ex político norteamericano que ha conseguido con su campaña en pro de la visión científica del cambio climático no sólo fama y prestigio, sino todo un Premio Nobel. Desde esa perspectiva, resulta significativo el título de la crónica que Gabriella Opaz nos brinda en su blog Catavino sobre el último congreso: «Sustainability in Winemaking is a Philosophy, Not a Religion». Las ideas «negacionistas» en el tema del cambio climático tienen frente a sí una potente legión de pensadores y científicos.
Pero la biodinámica es un territorio claramente minoritario, exclusivo, con especial incidencia en la vitivinicultura ¿Existe una respuesta a la biodinámica por parte de los que defienden la «evidencia»? Parece que ahora, sí.
Un destacado militante de la causa científica, Tom Warks nos sirve una noticia que ha puesto al mundo del vino en alerta. Un post con fecha 9 de junio en su blog anuncia la aparición de un blog cuyo nombre es ya un guante lanzado. Biodynamics is a Hoax ha venido a agitar las aguas aparentemente tranquilas de los debates sobre las técnicas de cultivo de la vid. Los enfrentamientos dialécticos que se producen en ese blog mueven a pensar que tal vez el enólogo debería poder encontrar en los congresos científicos no sólo instrumentos para mejorar sus vinos y la imagen que de ellos adquiere el consumidor y la sociedad en general, sino también elementos para construir su propio pensamiento sobre el vino y proponer nuevas relaciones con la sociedad: nadie debe arrebatar al enólogo la iniciativa intelectual sobre el vino, a pesar de que últimamente varios colectivos han insinuado que la autoría del vino corre desde el viticultor al prescriptor, con una parada táctica en la enología.
Nada más lejos de la realidad. El enólogo es el creador y, como tal, debe ser consciente en todo momento de las tensiones que toda creación conlleva. Su información y formación debe ser completa, pero también transversal. Alguien que va a tener que incorporar a sus conocimientos las técnicas de biosecuestro de CO2 frente a las copiosas emisiones de la fermentación, debe poder debatir igualmente las alternativas que ponen en seria duda (la duda es la principal arma del método científico) la validez de las teorías de Rudolf Steiner.