De un tiempo a esta parte, la Asociación Catalana de Enólogos, se ha encontrado con la Federación Española de Asociaciones de Enólogos (FEAE) para hablar. Y, ¿por qué razón era necesario hablar? Pues porque salta a la vista que los intereses de unos y otros, enólogos españoles y catalanes en concreto, deben de ser muy similares.
Hoy por hoy, intentamos impulsar desde ambas sedes un colegio profesional que nos ayude a mejorar la defensa de la profesión y también a ejercer nuestra responsabilidad en una sociedad exigente y preocupada por el bienestar y la salud de todos. El colegio nos permitiría estructurar mejor la profesión de enólogo y, simultáneamente, daría garantías a la sociedad de que un alimento como el vino llega finalmente al mercado y al alcance de todo el mundo como resultado de un proceso de elaboración reflexionado y seguro para la producción de placer. En esto es fácil ponerse de acuerdo, ya lo estábamos sin ni siquiera encontrarnos. Y cuando nos hemos encontrado, la pregunta ya no era si era necesario crear o no un colegio profesional, sino si debíamos crear un consejo de colegios profesionales, una agrupación más o menos federada de todos los colegios de las diferentes zonas y autonomías españolas.
En otras cosas, nos va a costar algo más llegar a acuerdos. Hace poco nos reunimos con la FEAE en su nueva sede de Madrid (espectacular antigua casa de Juan Ramón Jiménez en pleno barrio de Salamanca y que comparten con la Federación Española del Vino por un acuerdo de colaboración) y entre otros temas, de pasado, presente y futuro como el etiquetado de los vinos en relación con las prácticas enológicas, nos hicieron saber que pensaban que los enólogos españoles necesitan una única voz frente a la actualidad vitivinícola. La propuesta llegaba a ofrecer un cierto número de representantes (entre dos y tres) nombrados por ellos y uno cercano a la ACE que también propusieron. El comité de «expertos» serviría como órgano consultor para expresar esta voz única. La pregunta que yo me planteo es si verdaderamente es necesaria esta voz única de los enólogos. ¿Y por qué no una voz única de todo el sector del vino? ¿O de todo el sector agroalimentario?
Como comentaba el consejero de agricultura de la Generalitat de Cataluña, Joaquim Llena, en una cena coloquio de Tribuna Barcelona del pasado 4 de febrero, es necesario unir esfuerzos para que un sector que mueve 17 000 millones de euros (más de 94 000 en el conjunto del Estado), y que está basado en el sector primario, no pase al olvido por culpa de las reducciones presupuestarias europeas a las que tan acostumbrados hemos estado siempre. La agroalimentación –y el vino en particular– tiene un futuro porque precisamente el bienestar nos permite comer mejor y más diverso, no para llenar la barriga sino más bien para nutrirnos a través del placer; necesidades hoy en día prácticamente indisociables en Europa. Decía el consejero que hay que unir esfuerzos no tanto o no tan sólo en una dimensión horizontal, sino también en la vertical: productores, transformadores y comercializadores frente a productores solos o transformadores solos. Ya no hay suficiente con rebajar costes estructurales (difícilmente asumibles): también hay que buscar otras armas que nos hagan ser más competitivos. Una muy importante es la calidad, imprescindible, pero que con todo no es suficiente en los mercados actuales. El caso del vino sería exactamente el mismo.
Por cierto, que según el Observatorio del Vino y el Cava, los cerca de 400 establecimientos vinícolas catalanes (solo el 10 % con más de 20 empleados) presentan un valor de producción que oscila entre los 1100 y los 1200 millones de euros desde el año 1999, cosa que me conduce a pensar que se han producido muchas reducciones de costes y que existe una gran micronización del mercado. ¿Hay suficiente presencia de enólogos en esta estructura productiva? ¿Son suficientemente influyentes? Se los deja trabajar a medio y largo plazo? ¿Se puede aumentar la calidad del vino sin que sea obligatorio contar con los servicios y la garantía de trabajo de un enólogo? ¿Cómo se entiende que las bodegas cambien a sus enólogos con despidos conflictivos más por razones personales que por temas de calidad de producto? ¿Pueden tener los enólogos una voz común en una coyuntura tan inestable? Si a los enólogos catalanes nos cuesta hacerlo, ahora imaginaos a los catalanes y españoles a la vez.
La era moderna que ya ha comenzado es una era de información y de gestión de la información. Pero en un mundo global como el nuestro, la información y especialmente las variables son numerosas; es necesario empezar por gestionar las más cercanas y llegar a absorber al resto. La información captada en los lugares adecuados hace las funciones de comité de expertos y acaba acreditando a las personas escogidas por un colectivo. La Asociación Catalana de Enólogos no necesita de un comité que le diga lo que debe decir. Seguiremos opinando mediante los órganos y las vías habituales. Simultáneamente, continuaremos queriendo dialogar con todo el mundo dentro del sector del vino y de la agroalimentación. Por convicción y por responsabilidad.