Ser enólogo es mucho más que ser un elaborador de vino. Es ser quien piensa y se aplica en concederle su color y matices, su personalidad al olfato, su carácter gustativo y táctil. Es ser quien cultiva cepas inmóviles pensando en racimos, quien cultivando ascomicetos invisibles pilota transformaciones de la materia líquida en grandes recipientes sin dejar nada al azar excepto el espíritu creador, persiguiendo el genio del vino entre las restricciones que imponen el entorno y las limitaciones de medios y circunstancias.
Enólogo es también quien aplica su talento en cómo se debe elaborar para quienes puedan y sepan apreciar la belleza de su creación, quien investiga qué se oculta en los espacios moleculares de ese proceso creativo, para mejorarlo y trascenderlo.
Es quien crea el vino. Porque cada vino es una creación. Una creación para ser asumida por un ser humano. En un proceso que es enológico y que requiere una ejecución precisa y paciente hasta llegar a un resultado estable y comprensible. Consumible.
Como toda obra de arte, un vino es la expresión máxima del propio creador sobre la materia prima, desde las decisiones más trascedentes y meditadas a las más insignificantes y sobrevenidas, que impactará en el espectador/degustador con una diversidad de emociones, desde el hastío a la euforia, buscando colmar las expectativas compartidas. Ese es el compromiso íntimo entre creador y consumidor.
Para poder comprenderla, quien recibe la obra de arte enológica debería tener acceso al propio relato del autor, una exigencia que raramente se cumple. Porque a lo máximo que suele acceder es a la expresión profesionalizada de las emociones que ese vino ha generado en otro espectador y que probablemente nada tenga que ver con el mensaje que expresaría el creador, y que suele quedar en el silencio. He aquí una carencia que nos proponemos remediar.
Abrimos una nueva sección en Acenología, «Credos creadores. Enología en primera persona» con la que adquirimos el compromiso de publicar los credos: orígenes, experiencia, referentes, convicciones, habilidades confesadas y competencias adquiridas, de quienes crean vinos.
Credos expuestos en primera persona. Con el propósito de hacer visible el vínculo entre enólogo y degustador, a fin de que las emociones que el vino emana adquieran un nuevo y excitante significado.